sábado, 25 de septiembre de 2010

Otra idea ateniense

Recibo, por parte de una amiga, respecto de nuestro último comentario "Una idea ateniense", los calificativos de "pesimista" y "lóbrego". Como suele suceder en estos casos en que a uno le tienden una trampa, una trampa demasiado inocente, todo hay que decirlo, caigo en ella y contesto con vaguedades a lo que considero, digamos, más una provocación que un juicio mesurado. Mecidas unas horas, adormecidos los calores de estas consideraciones, se me ocurre que cualquier buen texto debe ser "pesimista" (¿alguien recuerda haber leído un buen texto "optimista", aparte de algún cartel publicitario o el horóscopo del periódico?). Además, está la consideración de que quien haya visitado Atenas hoy en día y no se vea embargado por el pesimismo es que ha perdido toda sensibilidad (o quizá nunca la tuvo, lo que le exculparía por completo). Pero suponemos, y quizá suponemos demasiado, que todo el mundo tiene alguna noción (no diré ya debida admiración) sobre la Grecia clásica, cuna de nuestra civilización, por lo que la mezquindad de los tiempos presentes no deja mucho espacio para el optimismo. (Naturalmente, quien me conoce sabe que, hecha la pesimista comprobación ateniense de la ruina cultural a la que nos ha conducido la sociedad de masas, nada me impidió recorrer ciertos senderos de la contemporaneidad relacionados con el sentido de la belle vie) Recuerdo, hace unos cinco años, que en una preciosa taberna de Corfú decorada con fotos antiguas de la vida social de aquella maravillosa isla, el tabernero, tras citar un pedacito de "La vida es sueño", no pudo resistir pronunciar un comentario subido de tono sobre un país en que, decía, sus habitantes pensaban ya sólo en comer. ¿Les suena?

martes, 21 de septiembre de 2010

Una idea ateniense

En un reciente viaje a Grecia por sus Cícladas islas, tuve ocasión obligada de detenerme, aún dos días, en Atenas. Allí, la Acrópolis sigue, majestuosamente, presidiendo una urbe que nada tiene que ver con su antiguo clasicismo y su belleza. Como un rey destronado, desde la atalaya de su magna figura, el Partenón parece mirar, de soslayo y, quizá, desconfiadamente, cómo la vida de sus viejos súbditos sigue, ajena a la mejor época nunca vivida por la helenidad. En el siglo XIX, cumpliendo un Grand Tour muy particular, Lord Byron tuvo ocasión de plasmar estos sentimientos de viajero, como reflejan algunas de sus cartas. Si tuviéramos que poner un ejemplo incontestable de la orgullosa decadencia que nuestra civilización ha labrado desde aquellos tiempos eternamente sabios y prolíficos, Atenas lo sería. Por lo que a mi respecta, y en todo caso, ya cumplí con el necesario gesto de hacerse retratar en la Cecropia. Lástima que el tiempo no acompañara como es debido y no pudiera por tanto completarse dicho retrato con una magnífica tormenta en el cielo.