lunes, 15 de febrero de 2010

Jacques Louis David, La muerte de Marat


Casi todas las obras célebres guardan, al abrigo de sus años, décadas o siglos, una historia digna de conocerse, si bien, la mayoría de las veces, esta historia resulta demasiado opaca, llena de lagunas y, significativamente, de misterios que difícilmente podrán alguna vez ser descubiertos. Las grandes obras, y también las pequeñas, atesoran viajes, adscripciones y episodios que, en algunos casos, condicionan su propia naturaleza subjetiva o, dicho de otro modo, su esencia y carácter. A veces, esa esencia es tan vívida y potente que supera la original significación y motivo de la obra, altera el propio flujo histórico que soporta el longevo bastidor. En este sentido, La Muerte de Marat, pintada por David en 1793, nace en unas circunstancias históricas y de un pincel muy bien conocidos, documentados y, cómo no, discutidos a lo largo de sus más de dos siglos de existencia.
Jacques Louis David, un pintor de adscripciones políticas definidas, autor de Corte del emperador Napoleón Bonaparte, representó en este lienzo la muerte de su estimado y admirado Marat, el sagaz redactor del periódico Ami du peuple, acuchillado en manos de su célebre enemiga Charlotte Corday, quien, bajo la excusa de entregar al revolucionario una lista de enemigos de la Patria, pudo entrar en la casa del periodista y cometer el crimen, un 13 de julio de 1793. David, por tanto, escenifica la muerte de su amigo, acaecida mientras escribía y tomaba uno de sus baños fríos (se ha barajado que Marat padecía psoriasis); y, también, representa de manera manifiestamente alegórica lo que consideró un crimen contra Francia y contra un patriota. En este último sentido, el pintor construye una obra política de primer orden, escenificando para el pueblo a un mártir de la Revolución, aportando una imagen icónica con la que alimentar el simbolismo revolucionario de las clases para las que el mártir, Marat, había acuñado un nombre, le petit peuple.
La obra, desde un punto de vista formal, tiene un enorme interés histórico: adscrita al neoclasicismo (el autor representó en otras ocasiones escenas de inspiración mitológica), se la ha considerado una pintura de la nueva modernidad, especialmente por esa sorprendente gran superficie abstracta que ocupa la mitad superior de la tela, una especie de terra incognita que da pie a múltiples interpretaciones (una, plausible como otras, podría hacer referencia al hosco vacío que a la muerte acompaña, ineluctablemente). Su composición, estructurada en líneas verticales y horizontales, fija dos elementos que se compensan: el rostro de Marat, acaso mostrando una leve sonrisa, y un austero cajón de madera, con la inscripción “A Marat, David. L’an deux”, testimonio de la idea de homenaje con que el pintor creó esta magnífica obra. La iluminación, efectista y tenebrista al modo de los claroscuros caravaggistas, determina el dramatismo de la escena, que se nutre, por otra parte, de algunos elementos de enorme significación simbólica: el puñal sobre el suelo y la pluma que todavía sostiene el defenecido: el afilado hierro contra la palabra escrita, arma del revolucionario caído. El arco cromático, austero, roto únicamente por el rojo de la sangre derramada, es suficiente para recalcar la fuerza de lo representado.
David supo, a tenor de la observación de esta Muerte de Marat, pintar algo que en verdad diferencia a los maestros sobre los demás artistas: al cabo de las épocas y sus rigores algo intangible permanece en la obra, al alcance de los ojos que se posan sobre la tela: su alma.

La obra se encuentra custodiada en los Reales Museos de Arte de Bélgica.
Jacques-Louis David (Paris 1748 – Bruselas 1825),
La Muerte de Marat, 1793. Óleo sobre tela, 165 x 128 cm.







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