domingo, 7 de febrero de 2010

Sobre el sentido de la vida (y de la muerte)

Esta semana, le pedimos a otro buen amigo, colaborador habitual de Etternal, que nos hable sobre el sentido de la vida, desde la perspectiva de la muerte, y que escoja para este blog una obra de arte funerario, que él considere representativa. Esto es lo que nos ha contestado:

"La reflexión que me planteas parece llevarnos a un callejón de difícil salida, si lo que se pretende es salvar la vida del absurdo y evitar que todo sentido quede irremediablemente comprometido por la muerte. Dos son las soluciones que tradicionalmente se han propuesto a la puesta en cuestión del sentido de la vida: la primera de las soluciones no tiene más secreto que el de recurrir al fácil expediente de negar la muerte, al menos como muerte radical (definitiva). La muerte deja de ser término para convertirse en tránsito hacia otra forma de existencia, en virtud de la cual quedaría justificada, de una u otra manera (en función de cada una de las modalidades que ha adoptado esta solución), la vida terrenal. Huelga decir que esta ha sido la forma en la que ha solido plantearse el problema desde las distintas religiones que en el mundo han sido (y son). Para la segunda, característica de la escuela marxista, la vivencia de la angustia de la muerte y de todo aquello que le rodea (el dolor, la injusticia, el absurdo,...) no es más que el resultado de una estructura social alienante, en la que el individuo no encuentra su reconocimiento como tal ni las oportunidades para un desarrollo pleno de su ser. El sinsentido tiene su lugar y su origen en la existencia material, y sus causas son, por lo tanto, de naturaleza social. A resultas de ello, la puerta al sentido de la existencia se abre a través de la colaboración en un proyecto encaminado a la eliminación de las fuentes de alienación, a la remoción de las causas de la injusticia, con la esperanza de poder alumbrar un futuro en que la muerte deje de aparecer como amenaza, como arbitrariedad. Es en el ejercicio activo y militante de la solidaridad con nuestros contemporáneos y con nuestros descendientes donde el hombre puede hallar una auténtica razón para vivir. Lo que nos interesa es poner el acento sobre una característica común que comparten estas dos propuestas a la cuestión del sentido de la vida. En un caso ese sentido descansa sobre la posibilidad de una vida más allá de aquella de la que nosotros tenemos experiencia; en el otro, el sentido se remite a la promesa de un futuro mejor, a la Historia. Resulta curioso como, a la pregunta por el sentido de la vida, ambas propuestas acaban colocándolo más allá de la vida misma . En ello reside, a mi juicio, las principales limitaciones de los dos enfoques.

Quizás la filosofía sea algo demasiado serio como para justificar la vida por sí misma, como algo cuyo mero disfrute (como apuesta, como reto, como apertura a la posibilidad) la convierta en digna de ser vivida. Ahora bien, cabría preguntarse hasta qué punto toda fuente de sentido colocada más allá de esta vida (nuestra vida) sirve para dotarla de contenido, sobre todo si esa pregunta, en lugar de ser planteda desde la filosofía, es planteada por el hombre existente. La cuestión estriba en decidir en qué medida un sentido puesto en el más allá (cualquiera que éste sea) es psicológicamente efectivo como consuelo (y quizás la búsqueda del sentido de la vida no sea más que la búsqueda de un consuelo). Pero me temo que la respuesta a semejante cuestión deba ser negativa, pues abrigo serias dudas de que, tanto en la confianza en un proyecto de progreso como en la creencia en la inmortalidad, la muerte de la persona amada deje de comprometer el sentido de la existencia.  ¿Queda, así, cerrada la puerta al sentido? Quizás quede una vía abierta a la esperanza (al sentido), y esa vía sea la experiencia del otro, para la cual no es necesaria certeza alguna. En esa experiencia el otro se me ofrece como objeto ambiguo; por un lado como fuente de placer y satisfacción (en el juego, en la risa, en el amor), por otro lado como causa de dolor (resultado de la contemplación de su dolor). Y esa experiencia tiene el privilegio de mantenerse más allá de toda epojé (fenomenológica o del orden que sea): el sufrimiento del otro (el hambre, la opresión,...) apela tan radicalmente a mi solidaridad (a su sentido), que su simple posibilidad la exige."

Y como la filosofía plantea más preguntas que respuestas, nuestro amigo nos propone que cada cual averigüe y decida por qué  ha escogido esta estatua del s. XVIII, para ilustrar esta pequeña pero profunda reflexión que nos ha ofrecido.

1 comentario:

  1. Hace tiempo simplifiqué mi manera de entender este mundo asumiendo (o decidiendo) que la vida es absurda. Dejé de buscarle el sentido, pero no de disfrutarla, ya que estamos aquí.
    No temo especialmente mi propia muerte, solo me inquietan el cómo y cuándo. Pero como vuestro colaborador, temo la de las personas queridas.

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