martes, 21 de septiembre de 2010

Una idea ateniense

En un reciente viaje a Grecia por sus Cícladas islas, tuve ocasión obligada de detenerme, aún dos días, en Atenas. Allí, la Acrópolis sigue, majestuosamente, presidiendo una urbe que nada tiene que ver con su antiguo clasicismo y su belleza. Como un rey destronado, desde la atalaya de su magna figura, el Partenón parece mirar, de soslayo y, quizá, desconfiadamente, cómo la vida de sus viejos súbditos sigue, ajena a la mejor época nunca vivida por la helenidad. En el siglo XIX, cumpliendo un Grand Tour muy particular, Lord Byron tuvo ocasión de plasmar estos sentimientos de viajero, como reflejan algunas de sus cartas. Si tuviéramos que poner un ejemplo incontestable de la orgullosa decadencia que nuestra civilización ha labrado desde aquellos tiempos eternamente sabios y prolíficos, Atenas lo sería. Por lo que a mi respecta, y en todo caso, ya cumplí con el necesario gesto de hacerse retratar en la Cecropia. Lástima que el tiempo no acompañara como es debido y no pudiera por tanto completarse dicho retrato con una magnífica tormenta en el cielo.

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